Recién descubrí, casi por casualidad, que la maldad está donde menos esperamos, pues al revisar mi teléfono, el cual suelo prestar a quien sea, incluyendo a mis pequeños nietos, vi un mensaje lleno de pornografía que un individuo, presuntamente extranjero, enviaba a una menor de edad.
Comentando al respecto sobró quien me dijera que eso es casi normal en estos tiempos, que ahora los niños y las niñas están permanentemente expuestos a recibir mensajes y malos ejemplos a través de las popularísimas redes sociales, razón por la que la modernidad recomienda que los padres estén al pendiente de las relaciones y contactos que mantienen los menores de edad en el internet o en sus teléfonos celulares.
A los periodistas de la vieja guardia, también se nos inculcó que había que ser cuidadoso al seleccionar las noticias que dábamos al público, que en “la nota roja”, jamás deberíamos exaltar y poner, incluso por casualidad, a algún delincuente como héroe y que las denuncias que hiciéramos fueran con sustento.
Por eso nos espantamos, incluso, cuando escuchamos a muchos jóvenes o gente de mediana edad que justifican un crimen o ejecución, expresando que el muerto era una lacra, un delincuente, agregando que tal o cual grupo delictivo estaba haciendo “una limpia” en la plaza donde mantiene presencia a través de la violencia.
Recordamos también como hace ya algunos ayeres, era sumamente escandaloso el que se señalara públicamente a un funcionario como deshonesto o corrupto, y en la actualidad a la mayoría de las figuras públicas que compiten por un cargo de elección popular son calificados como rateros.
La cosa es que casi sin percibirlo, poco a poco, los mexicanos y los nayaritas hemos ido perdiendo muchos de nuestros valores morales, aquellos que nos hacían la vida sumamente fácil porque podíamos dormir en nuestras casas con las puertas abiertas y no pasaba nada; cuando en las familias se tenía el más grande de los respetos, a tal grado, que fuimos muchos los que crecimos respetando a nuestros padres, al grado que ni siquiera prendíamos un cigarrillo en su presencia.
Esta devaluación social, es la que nos ha llevado a que en la actualidad estemos en una verdadera encrucijada, en la que ni siquiera vemos el camino para superar el necesario cambio que se debe dar en nuestro gobierno, pues la corrupción que priva hoy en nuestro pueblo, nos hace creer que tenemos que aprovechar el que los candidatos de todos los partidos nos den refrescos, tortas y paseos, que debemos agarrar todo lo que nos ofrecen y finalmente, si nos llegan al precio, les vendemos nuestro voto.
Caímos en la trampa y ahora la gran mayoría de los ciudadanos mexicanos somos parte de la corrupción, deshonestidad e incluso cómplices de las bandas delincuenciales a grado tal, que en no pocos pueblos en vez de ir a denunciar un abuso en el barrio o colonia, solemos buscar al encargado de la plaza, a un delincuente, para pedirle que nos devuelvan algún objeto robado o que ponga en paz a un vecinos indeseable.
Somos ahora una nación más vulnerable, lo que nos hace recordar la metamorfosis de algunos insectos, los cuales, en su capullo les salen alas, antenas, extremidades y ojos que no requieren en esa etapa de su vida, pero que les sirven una vez que salen a la luz el sol.
También nosotros, los seres humanos, debemos desarrollar los buenos hábitos, ser honestos y participativos, luchar con todas nuestras fuerzas por una mejor sociedad, lo que nos hará más fácil la existencia una vez que salgamos de la oscuridad de la actual crisis social que tiene a nuestro país al borde del colapso y totalmente debilitada, por lo que estamos a merced de la ambición y violencia criminal de seres sumamente despreciables que nos atacan del exterior e interior de nuestro país.
Y como siempre, es en el hogar donde las familias podemos comenzar de nuevo a recuperar los valores morales perdidos de nuestro pueblo, los que juntos, hacen un preciado tesoro que no tiene precio.