DEL EDITOR: HONREMOS A NUESTROS MUERTOS

        La suspensión de las visitas a los panteones decretada por los gobiernos federal, estatal y municipal para detener los contagios de Covid-19, fue un duro golpe para los mexicanos, los que tenemos muy arraigado el culto para nuestros difuntos el día 2 de noviembre de cada año, el que solemos llamar “Día de Muertos”.

       Como la mayoría de las tradiciones que han perdurado siglos, el festejar a nuestros ancestros desaparecidos físicamente de la faz de este mundo nos fue inculcado a los habitantes de nuestro país, por nuestros padres y otros antepasados, quienes de niños nos contaban historias sobre esta celebración, la más difundida, que la noche de un día anterior y la madrugada de cada 2 de noviembre, las ánimas bajan a sus tumbas y suelen recorrer el camino hacia ellas, por lo que es importante hacerles un camino de luz con veladoras, y adornar su tránsito a este mundo con flores.

        Por esta razón está fresca en nuestra mente de adultos mayores, la imagen de nuestros padres, quienes este día nos llevaban al panteón, el cual recorríamos buscando las tumbas de nuestros familiares fallecidos, a los que les llevábamos un presente, por lo regular una flore o una corona adornada con alusión a la persona fallecida, pues si era joven, debía ser alegre y colorida, si hombre, que no tuviera motivos femeninos y de mujer, que estuviera con colores chillantes, alegres, quedándonos ante varias tumbas recordando a quienes ahí yacían, mientras que durante el recorrido, íbamos recordando a otras personas que descansaban en estos camposantos, aprovechando para saludar a conocidos, familiares y amigos, con los que solíamos compartir algún alimento o bebida, en la costa norte de Nayarit de donde somos originarios quienes editamos este periódico, con cerveza helada.

       Toda esta convivencia, es para honrar a nuestros difuntos, tanto de la familia como amigos y conocidos que ya duermen el sueño eterno en los camposantos, de los que se han sacado los cuerpos de delincuentes más crueles y sanguinarios cuyo recuerdo queda así perdido para siempre, tal y como ocurrió en nuestro pueblo natal de Tuxpan, donde hace un siglo se cometió un crimen atroz, el cual llevó a cabo un joven que fue recogido en su infancia por una persona rica de este lugar, la cual lo veía como a su propio hijo y este le pagó matándolo cruelmente a puñaladas para robarlo.   

        El asesino corría con el cuchillo ensangrentado por las escaleras de la casa de su benefactor, cuando un militar que acudió a los gritos de la víctima lo mató a balazos, acordando la población que el cuerpo de esta persona no se llevara al panteón, que fuera enterrado en el bosque tropical que ahí existe y que su nombre no se escribiera en la lápida de su víctima, en la cual está narrada esta historia de traición.

        Las familias tuxpenses de la época, borraron para siempre todo recuerdo del ingrato sujeto que por ambición del dinero apuñaló a su benefactor, por lo que a la fecha y desde su muerte, jamás ha tenido quien lo recuerde o lleve flores a su tumba, lo que para los habitantes de este pueblo, es la peor de las muertes y castigos divinos a perpetuidad.

      Y es que en la muerte, los mexicanos encontraos la inmortalidad y por más defectos que hayamos tenido en vida, somos recordados con cariño y admiración por propios y extraños, habiendo incluso frases que nos recuerdan que debemos perdonar a quienes yacen bajo tierra, como el que señala que todos los pecados cometidos por una persona son perdonados con su muerte.

       Este y el anterior año, los panteones de nuestros pueblos estuvieron vacíos en esta fecha, viéndose tristes y abandonadas todas las tumbas y este panorama de desolación, nos dolió a los mexicanos, quienes sufrimos porque tuvimos la impresión que estábamos dejando solos y en el olvido a nuestros ancestros fallecidos.        Se debe señalar también que no hubo, tampoco, sensibilidad de nuestras autoridades, las cuales pudieron haber realizado otros eventos conmemorativos en esta fecha, pues por nuestra creencias y costumbres ancestrales fuertemente arraigadas, ahora, por más que honremos a nuestros difuntos, nadie nos quitará el sentimiento de culpa por haberlos abandonado en su retorno a este mundo en el que esperaban encontrarse con sus familiares vivos

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