Bravonel le guarda profundo respeto y agradecimiento a Tuxpan por muchas razones; de niño recorrió sus empedradas calles buscando llevar el sustento familiar algunas veces, y otras; para ir a visitar a su abuela materna que vivía en Pericos, por lo que conoció también el pueblo de San Vicente. El y su mamá tomaban el primer autobús que salía a las seis de la mañana de Ruíz que los llevaba a Tuxpan con un sartén de nopales cocidos y una bolsa llena del mismo producto en penca, mangos y ramos de flores que vendían en el mercado, por lo regular las flores las llevaba Bravonel a vender a una casona que estaba a varias cuadras del centro, allí en un lugar lleno de mesas, sillas, una rockola y una gran barra de madera barnizada y penetrante olor a cigarro y cerveza y en donde muchas mujeres maquilladas en exceso y de ropas llamativas y muy ligeras trabajaban de noche, quizás la inocente figura flacucha del niño les provocaba algo de ternura porque siempre le compraban sus ramos con una sonrisa y más de alguna llegó a acariciarle la mejilla y plantarle un beso, seguramente recordándoles a su hijo, luego de desatar el ramo, lo colocaban en sus floreros que muchas mujeres tenían en la mesita de su dormitorio, siempre le llamó la atención al muchacho, como es que vivieran tantas mujeres en un lugar así; solas y sin familia, no era para averiguarlo, el sólo se concretaba a vender y lo demás la vida se lo diría después. Bravonel conoció por fuera la fábrica de jabón tan famosa, aquella que consumía gran parte de la almendra del coco amarillo que produce el palmar, un suave aroma a limpio despedía aquel inmenso local de donde salían las cajas de madera llenas de jabones de color amarillo cera que usaban las amas de casa para lavar la ropa, algunos baches de las calles eran rellenadas con la cáscara del coco a falta de un buen empedrado. Tuxpan siempre ha sido socorrido de las inundaciones, muchas ve-ces el río San Pedro desbordó inundando las calles del pueblo que luego quedaban llenas de lodo seco pero sus habitantes siempre terminaban por limpiarlas con el amor que sólo un nayarita tiene por la tierra que ama. Ya de joven Bravonel siguió visitando Tuxpan, pues algunas cuadras atrás de dónde estaba la terminal de camiones del Pacífico, vivía un sastre que era quién les hacía los pantalones a él y a su amigo Salomón Acevedo, muchas veces viajaron desde Ruiz para llevar las telas que el hábil sastre convertía en aquellos pantalones que luego lucirían en los bailes domingueros. Allí en ésas calles polvorientas en otoño e invierno y llenas de agua en verano, quedaron los pasos del niño y luego del joven que alguna vez se confundió entre los tuxpenses en su feria abrirleña, el Bravonel que un 03 de septiembre del 79, en las instalaciones del IMSS debutara como papá de un niño; su primer hijo que se llamaría Joel y que a la fecha anda cuarenteando. Siempre guardará en su memoria el ya viejo Bravonel, el encanto del pueblo coquero, el pueblo ampliamente conocido a través de las ondas del éter, cuando sus paisanos coras tomaban los micrófonos de la antigua radio XEUX y en su idioma transmitían sus saludos hasta los confines de la sierra madre occidental cuando era zafra del corte y ensarte del tabaco, inolvidables también, las bien timbradas voces de Óscar y Ernestina Herena Mora mandando las complacencias musicales que se oían en los hogares, el campo y en los centros de trabajo a través de un radio de transistores. Hoy que Bravonel regresa con frecuencia a su tierra, no desaprovecha la ocasión y toma un taxi para ir aunque sea un rato y pasear por las calles de la ciudad de las palmeras y re-crea en su mente los momentos pasados, los aromas del mercado, el cálido saludo de su gente, los colores de su paisaje, camina luego por el puente hacia San Vicente y se pierde en sus calles lleno de remembranzas que acarician el corazón y el alma. Tuxpan y Sanvi siempre han estado hermanados por un puente que los une, que antiguamente era de madera de cocoteros y hoy es de concreto armado y es una vía de acceso a las rancherías del municipio de Rosamorada. Los pasos de Bravonel quedaron impresos en las viejas calles del pueblo y la amabilidad de su gente en su corazón, Dios bendiga a esas «malas» pero benditas mujeres que una fresca mañana, con signos de desvelo y con ropas ligeras pero con una sonrisa, compraron aquellos ramos de flores adornados con hojas de paraíso al flacucho niño de pelo negro e inocente mirada. ¡Gracias Tuxpan; pueblo enigmático costero! ¡Gracias a su gente noble y generosa! Bravonel te recuerda con cariño y agradecimiento. ©Bravonel