
-¡Vamos al atrio mientras se pone el pan!- Dijo Gelo; todos convinieron en ello y salieron, ya en él, luego de fumar y echar la platicada, Flavio, Amador, Salomón y Gelo se tendieron sobre el macetero dónde hoy un joven lustra calzado, Bravonel se acostó en la banca cercana, todos mirando al cielo, de vez en cuando alguien trataba de hilar plática con algunas frases, algunos contestaban, otros solo se limitaban a mirar el estrellado cielo que era recortado por la iluminada cruz de la torre de la iglesia, de vez en cuando uno se levantaba para ir a la panadería a echar un vistazo al pan para ver si ya estaba listo para su cocimiento, así transcurría la noche y la madrugada poco a poco prometía hacer su aparición, ya como a las tres de la mañana, Bravonel se levantó y fué a ver si ya el producto estaba listo para hornearse y en efecto ya estaba en su tamaño apropiado, abrió la puerta frontal del horno y luego por la tronera colocó el quemador a petróleo y lo encendió, fué a avisarle a sus compañeros y éstos dormían tan plácidamente que ni siquiera oían el ruido del quemador calentando el horno, en su cara se dibujó una sonrisa maliciosa y acto seguido, regresó a la panadería y se llenó las manos de hollín de la tronera del horno y se dirigió nuevamente al macetero del atrio, sus amigos seguían dormidos, luego pasó sus dedos por las mejillas de todos ellos y en segundos los cuatro jovenzuelos parecían pieles rojas después de haber desenterrado el hacha de la guerra, con un trapo y un pedazo de manteca vegetal se limpió las manos y luego procedió a despertar a sus amigos que amodorrados todavía por el sueño, se incorporaron y soltaron una carcajada al verse, Bravonel hizo lo mismo mientras decía: -¡Parece que desenterraron el hacha de la guerra!- Salomón fué el único que estalló en maldiciones al darse cuenta que nadamás Bravonel no estaba tiznado de la cara y por consiguiente era el autor de la desagradable broma. -¡Vas a ver cabrón, me las vas a pagar!- amenazó con visible enojo, Bravonel no podía dejar de reír y entre carcajadas sacó dos cigarros de su cajetilla y le ofreció uno diciendo: -¡Ten hombre, fumemos la pipa de la paz!- Salo tomó en cigarro, sacó el encendedor y efectivamente los cinco jovenzuelos fumaron la pipa de la paz entre risas y bromas antes de ir a hornear el pan que ya estaba en su punto, Flavio apagó el horno, que luego de un breve reposo estaría listo para recibir la primera tanda de 40 charolas que en unos siete minutos saldrían con unas exquisitas piezas color caramelo inundando el inmueble con su agradable aroma, la panadería volvía a recobrar el agradable ambiente de bromas, risas y algarabía, la madrugada se hacía presente después de esa noche de la tiznada. © Bravonel 15/abr/2022