-¡Pos’ si que estás tronado!- -¡Tienes novia y no la ves, yo cuando empecé a noviar con la Romana, la visitaba todas las tardecitas y su mamá hasta me sacaba un equipal pa’ que me sentara y a veces hasta me preparaba un jarro de café con leche de la vaca pinta que tenía en el corral, llegué a llevarle serenata y no por echármelas de hablador, pero los domingos la acompañaba a dar la vuelta por la plaza y a misa, nunca me hicieron mala cara ni sus papás, ni sus hermanos, a lo mejor lo que necesitas es demostrarles que le tienes ley a la Encarnación y dejan de ser tan molestosos contigo!-
Olegario trató de sonreír ante las palabras de Silverio, pero no lo logró, al contrario, parecía que se había tragado un limón con todo y cáscara y trató a toda costa de desviar la conversación, hacía escasos tres meses que viniendo de la labor se encontró con Encarnación y de buenas a primeras le aventó el caballo declarándole su amor, ella le correspondió desde entonces comenzó el martirio, o mejor dicho; a los tres días que la mamá de la muchacha los descubrió platicando, de allí en adelante los encuentros fueron menos frecuentes y dicha situación tenía muy confundido a Olegario que hasta había pensado en robársela a lomo de de su caballo, pero no quería precipitar las cosas, él deseaba casarse bien, tener un hogar, hijos y todo lo que un ranchero aspira a tener. Olegario pensó mucho en las palabras de su amigo pero no era la solución, pues él quería mucho a su novia, no era mal hombre, no tenía vicios y eso se nota a leguas sin averiguar, más aún en un rancho donde todos se conocen, la realidad de las cosas es que la mamá de Romana no quería que su hija se casara porque era la única mujer de la familia y ella no deseaba que su hija dejara la casa materna por un hombre porque era su niña consentida, después de mucho pensar recordó que el carpintero del pueblo era reconocido primeramente por su trabajo pero también tenía fama de ser buen consejero y decidió hacerle una visita. -¡Buenos días Casiano, vengo a que me des un buen consejo, no necesito contarte mucho, tú sabes las dificulta-des que traigo!- El carpintero no dejó de hacer sus menesteres mientras lo miraba de reojo, tomaba medidas, sonreía y lo escuchaba, luego se puso el lápiz en la oreja, con el martillo remachó unos clavos y le dijo: -No te preocupes, lo tuyo es pan comido, tú déjame todo a mí, yo no conozco imposibles!- Le dió unas palmadas en el hombro que le dejaron muestras de aserrín y olor a pino, Olegario salió de la carpintería y a caballo se alejo de allí. Pasaron algunas semanas y de Olegario nadie daba razón, el cumpleaños de Encarnación se acercaba, los familiares y vecinos esperaban con ansia el día y se preguntaban: ¿Y Olegario onde’ andará? ¿Se iría para no volver? ¿Aparecería el día del cumpleaños para llevar serenata? No había respuestas, sólo incógnitas. Llegó el día esperado y «las mañanitas» se escucharon en todo el rancho pero no era Olegario el que llevó el mariachi, si-no el papá y los hermanos de la joven que entre lagimas y emociones encontradas agradecía desde su ventana, los músicos y todo el pueblo pasaron a la casa y el olor a comida inundó el festejo, los regalos empezaron a llegar y hubo tantos que tuvieron que acomodar varias mesas en los patios para colocarlos, pero el regalo más grande y costoso llegó en la camioneta de Casiano y tuvieron que bajarlo y ponerlo en la recámara de Encarna- ción entre seis hombres que sudaron la gota gorda para cargarlo, era un ropero de madera de ébano muy bien tallado, barnizado en color chocolate, con dos espejos tamaño natural y amplias cajoneras, el aroma a madera nueva invadió la recámara, el carpintero entregó un par de doradas llaves a Encarnación y luego de darle un ca-luroso abrazo, le deseó felicidades y junto con sus compañeros se sentó, comieron y bebieron a salud de la fes-tejada. La noche se hizo presente, la fiesta continuó hasta la madrugada y Olegario no apareció, uno a uno los invitados se fueron retirando, los gallos cantaban cuando las luces se apagaron, fué un gran acontecimiento la fiesta, durante muchos meses se habló de ella y se sigue hablando, porque a los nueve meses Encarnación tuvo que ser atendida por Sabina; la partera del pueblo y producto de su enfermedad hay una abuela feliz que carga una niña que tiene la sonrisa de su mamá y los ojos de su papá, hay unos tíos que se turnan para pasearla a caballo, un abuelo que habla en idioma niño, unos esposos felices, un carpintero mas sabio que antes y un ropero grande que se ganó el mote de: El ropero de Troya. Y dicen que los finales felices ya no existen. © Bravonel