Cuento publicado en la Antología UN MURMULLO, UN LAMENTO de David Cibrián Santacruz.
«A Chuyón le decíamos el vampiro. Se tomaba dos litros de sangre calientita, cada vez que su padre mataba una vaca. Como si fuera leche recién ordeñada, se empinaba aquella cosa de color rojo-negro, cuando el animal todavía luchaba para escapar del castigo de la muerte. Siempre nos invitaba a que le echáramos un traguito, pero nosotros preferíamos la sangre preparada con cebolla, jitomate y yerbabuena; a esa no le hacíamos el feo; hasta se nos figuraba un plato de frijoles negros recién fritos. Y todo era cosa de decir «no, no quiero», para seguir echados con la panza pegada a la tierra, como si fuéramos lagartijas, pero sin perder los movimientos del matancero… A LO mejor por la sangre cruda, Chuyón era el único que podía inflar la vejiga de las vacas sacrificadas. Y cuando Atanasio levantaba el último pellejo del animal y doblaba el cuero, ahí mismo jugábamos con la bomba que hacía de esa cosa llamada vejiga… CRECIMOS juntos. Los que mirábamos el destazamiento éramos de la camada del Chuyón, pero cada quien tenía su gusto. El «Matorro» y yo, nomás mirábamos como le arrancaban los pedazos a las vacas; pero Chuyón, cuando inflaba las vejigas, ni siquiera le hacía gestos a los orines. Por eso éramos amigos, porque algo de las vacas muertas nos gustaba y nos entretenía… Pero el día que mataron a la «Josca», yo sí lloré; no me da vergüenza. ¿¿Qué tiene de malo querer a una vaca?? Si en cuantito me miraba, movía la cabeza, movía la cola, me daba vueltas pidiendo que la ordeñara. ¿¿Cómo no le iba a llorar cuando la mataron??… Atanasio no tiene sentimiento para las vacas. A todas las mata igual; flacas o gordas; no se anda fijando si están cargadas o recién paridas; a todas las mata igual, sin sentimiento. ¡¡Maldita la hora en que agarré la borrachera!!… porque ahí fue donde perdí el juicio; donde supe demasiado tarde que traía en la mira a la «Josca». -Acuérdate (me dijo, ya cuando me vio zarazo), te doy quinientos pesos por la «Josca»; con eso te compras la cultivadora, el arado, los arneses, y todavía queda para que te pongas alegre un buen rato… PERO no paraba en eso la acción de Atanasio. Desde lejos, allí en la cantina de Doroteo, me enseñaba los cinco billetes de a cien y yo me hacía el disimulado tirando tragos de cerveza pa’ no emborracharme. Pero el desgraciado ya tenía su plan. En cuanto vio que los ojos me brillaron, se hizo el blandito y comenzó a mandarme cerveza regalada… y ya no me contuve. Cuando oí que la «Josca» bramaba, igual que la última vez que yo le había quitado un becerro, para engordarlo y venderlo, supe que lloraba porque algo grave le pasaba. -¿¿A dónde vas?? -me dijo la Zenaida-, ¿¿ya se te olvidó que la vendiste??… -¡¡Qué la vendiste ni que la chin..!! -¡¡SÍ la vendiste!! ¡¡Ayer mismo hasta te acarrearon la cultivadora, y el arado… y al rato te llegan los arneses!! Esa es la peor cruda que he tenido. Todavía fui hasta el corral donde Atanasio tenía a la «Josca» apergollada de los cuernos, prendida al poste donde sacrificaba reses, y le rogué que no la matara… -Atanasio chulo… por lo que más quieras, no la mates. Véndemela más cara si quieres, pero no la mates… -Tratos son tratos, Valentín -dijo-. Hasta invertiste ayer mismo tu dinero… ¿¿Con qué me la piensas pagar?? ¿Te animas a deshacer los compromisos de ayer?… ¡¡No, Atanasio; no deshago el trato!! ¡¡Véndemela más cara, pero véndemela!!… NO pude ablandarle el corazón. Cuando cayó la tarde y la vaca cumplió las veinticuatro horas sin comida y sin agua, pude verle los ojos vidriosos, que ya no eran los que le conocía cuando me buscaba para que la ordeñara. Pero todavía se le hicieron más grandes, cuando el infeliz de Atanasio le hundió el cuchillo sin compasión en el pescuezo. Y si nomás con ver que le pialaban las patas y azotaba contra la tierra dura me estremeció; a la hora de la cuchillada, bramé junto con ella… ¡¡Nooo!! ¡¡Nooo, Atanasiooo!!… La mató; la mató. El bramido se apagó, sí señor, se apagó; dio paso a la tos que la ahogaba; la sangre se le escurría para los pulmones y la tiraba a borbotones cada vez que tosía. Y yo, abrazado a la panza, le sentía la desesperación y las ganas de seguir viviendo… De pronto soltó el cuerpo y ya no luchó contra la muerte. Por debajo de la cola se le escurrió la buñiga y de sus ojos chorrearon dos corrientes de agua que no puedo olvidar… EL día que mataron a la «Josca», Chuyón me dio la vejiga; tampoco quiso tomarse la sangre que acostumbraba, y yo aborrecí la moronga… y lloré… lloré por una vaca…
NOTA: «Josca», de hosco, color del ganado vacuno de pelo rojizo-negruzco y el lomo tostado de negro. Diccionario de Mejicanismos, de Francisco J. Santamaría.