David Cibrián Santacruz
No se necesita ser un sicoloco para descubrir cuando a la gente le falta un veinte pa’l peso… les cuento por qué digo eso.
La Antoñeta es vecina… y la verdad no somos más que eso. No tenemos amistad, no somos compadres, enamorados menos, pero ella está loca y yo también.
Desde que la conozco la recuerdo llegando a donde hay algo de interés para ella, y preguntando qué es lo que pasa. Y mientras ella va y pregunta lo que no le importa, yo me río de sus acciones.
«Mírala, mírala -digo-, ahí va la mitotera».
Un día la miré mientras estaba parada, como indecisa de llegar como visita. En tanto que miraba cada cosa que había en el jardín, en la cochera, en la banqueta, yo me preguntaba: ¿Qué tanto mirará la loca?
Ah, pero no se crea que solo yo, como abusivo, la llamo loca. Así la llama la colonia entera.
¿Qué vio? ¿Por qué no llegó? No lo supe.
A los días pasó de nuevo y se detuvo a platicar con la dueña de la casa, y delante de mí le dijo.
-El otro día vine. Te iba a saludar. Pero cuando me detuve para hablarte, miré que había mucha basura, y pensé que no estabas.
-¿Por qué? -Le respondió sonriente la casera.
-Es que cuando tú estás, tienes barrido. Y cuando te vas, tu marido no barre; siempre tiene sucio.
Yo me reí de la tarugada… Cuánta gente dice cómodamente: «Es la verdad»… «Soy sincera»… «La verdad no peca»… «Los niños y los borrachos no mienten»… Pero que escuches semejantes alabanzas en tu honor, eso es otra cosa.
Por eso, de loco a loco le contesté.
-Sí, Antoñeta… yo te miré llegar… y pararte. Y por un momento pensé que venías de visita, y me pregunté: ¿A qué vendrá Antoñeta?
Y yo mismo me contesté: ¿A qué más puede venir la loca? Conociéndote de mitotera, luego dije: viene a ver qué mitote levanta. ¿No tomas nada para eso?
David Cibrián Santacruz