Muchos amigos tuvo Bravonel, los de la infancia, de la barriada, los que hizo en los trabajos que tuvo, los que se mudaron y no volvieron, los que todavía viven en el pueblo, los que hizo por ser amigos de sus amigos y pese a los años; los que aún viven en su corazón, uno de ellos fue su amigo Julio, la neblina de los años no deja que el recuerdo precise en que año se conocieron pero todo parece indicar que se conocieron en la panadería de don José Bañuelos allá por el 68 o 69, lo que si recuerda es que Julio vivió por la calle Puebla a dos o tres casas de la casa de los Montoya y a casi una cuadra de «La Estrella», la panadería de la Güera Chepina y los Calvillo, allí años atrás era una granja; su dueño fué un señor llamado Lino Montoya, abuelo de Lalo, de Alfredo «El Hippie» y Ramiro Sánchez Montoya «El Chinillo», Julio era el más grande de los hijos,si hablamos de años, él tendría unos diecisiete y sus hermanos, eran niños de siete u ocho años, su mamá se había casado con un buen hombre llamado Martín, si mal no recuerda éste cora que escribe, Martín por las mañanas tempranito vendía churros por la entrada del mercado que da a la iglesia, y por la tarde; raspados de frutas naturales. Bravonel luego de trabajar en el negocio de Matías Salazar, trabajó con los Canales; don Chabelo y sus hijos; Chencho y Marichi en la panadería que se llamó «La Olímpica», por el 86, más o menos, un día llegó don José Bañuelos y le compró a don Chabelo un costal de harina y Bravonel se lo echó al hombro y lo depositó en la caja de la camioneta de don José y al ver al acomedido muchacho sonrió y dijo dándole una palmada: -¡Gracias amigo, desde hoy tienes un buey la manada!- lo que se traduce como «desde hoy has ga-nado un amigo» o «Te debo un favor» y a los meses se encontraron frente al cine «Edén» y don José le dijo: -¡Necesito un panadero!-¿Cuánto ganas con los Canales?- -¡Quince pesos!- dijo el adolescente que llevaba una caja de madera en la cabeza con 200 panes al mercado montado en su bicicleta, don José sonrió y le dijo: -¡Yo te voy a pagar veinte pesos!- ¿Qué dices?- Bravonel asintió con la vista por-que no pudo con la cabeza por el peso de la caja llena de pan, al siguiente día a las cuatro de la mañana estaba tocando la puerta de su nuevo trabajo, llegó limpiando las hojas donde se horneaba el pan, sus compañeros de trabajo ahora eran: Marcos Guardado, Carlos Alaníz, Pablo Montero y Julio Carrillo, poco a poco le fueron confiando secretos y gracias a ellos con el tiempo pasó la prueba de fuego; hornear pan para convertirse en oficial panadero, un rango abajo del maestro, todos sus compañeros eran buenos en el oficio, Julio era el más rápido de todos y para Bravonel fué un reto que nunca pudo superar, luego hubo acomodos, todos buscando siempre el ganar unas monedas más pero la amistad con ellos perduró siempre y aunque luego se dispersaron en diferentes panaderías, luego coincidían nuevamente, siempre conservando ese indisoluble lazo amistoso.
Sus pasatiempos, el billar, las serenatas, las incipientes conquistas amorosas propias de la edad, la vagancia y la broma con sonrisas y carcajadas y también de vez en cuando desavenencias que termina ron en una mentada de madre(a las que Julio les imprimía un exquisito e inigualable sabor), la reconciliación y vuelta a empezar, no podían dejar una amistad que nació y enraizó como un roble, pues ella estuvo siempre por sobre todas las cosas, muchas vivencias, muchas anécdotas hubo, como la de aquel quince de septiembre después de pasear por la plazuela llena de colores patrios, brindis con ambarinas cervezas y bañados por la fuerte lluvia que azota la región por ésas fechas, se dirigieron a «cambiarle agua a las aceitunas» por la calle más oscura por esos días; la Dr. Salazar y la altura del antiguo encierro municipal (lugar donde encerraban, caballos, vacas y burros que andaban sueltos)
bañaron la pared de ladrillos con agua de riñón mientras cantaban a dos voces: «Llévate si quieres lo mejor, déjame tan sólo mi dolor, llévate los falsos juramentos de tu amor…
…» Pancho García reía a carcajadas y «Chico Ramos decía: -¡Ah, cómo chingan!- ¿No se saben otra?- Julio tenía muy buena voz y Bravonel siempre le hacía segunda. Trabajaron juntos en «La sin Rival», en «La Espiga de Oro», con Salvador Muro «El Canti» al otro lado de la vía donde hoy es la colonia San Antonio y al final llegó la hora de emigrar y Bravonel se fué a navegar entre sirenas y camarones, durante los cinco primeros años, regresaba cada quince días, luego cada mes, y después solo en vacaciones en julio, en navidad y año nuevo, un día regresó después de varios años de ausencia y preguntó por Julio, un amigo le dijo que vivía a media cuadra del campo de béisbol y hasta allá fué y lo encontró, al momento que lo vió lo saludó como lo saludaba siempre con un apretón de mano, un abrazo y aquellas frases que le recordaron el aprecio del amigo: -¡Joilane, porca miseria!- Bravonel hizo lo propio y contestó el saludo: -Juliane, la donna sono veramente pericolose!- nunca nadie quiso averiguar que quería decir su festivo disparate, diálogo que habían oído en una película italiana, platicaron largo y tendido, se tomaron unos vasos de cerveza y terminaron cantando «Amor indio» a dos voces como en los viejos tiempos, una lluvia pertinaz caía y el viento refrescaba el calor veraniego, cerca de las nueve de la noche se despidieron con apretón de mano y abrazo. Otras tres o cuatro ocasiones se vieron, siempre en las vacaciones de Bravonel y hubo el abrazo, el apretón de mano y lo que consideraban un saludo en Italiano, que no lo es pero que ellos lo adoptaron como tal, una noche Bravonel recibió una llamada de su hermano Chavo en la que le dió la noticia que uno nunca se espera: Julio había fallecido después de una enfermedad al parecer del corazón, Bravonel sintió la necesidad de ir a despedir al amigo de la mocedad, otro día a las cinco de la mañana tomó el autobús que lo transportaría a su pueblo, llegó a las ocho y media de la mañana a la iglesia, no había ningún aviso de misa de cuerpo presente, se dirigió a la siguiente calle y allí preguntó a Ramiro el taquero, éste le dijo que hacía como una hora que lo habían llevado al panteón, Bravonel se sintió culpable de no haber llegado a tiempo, tomó un taxi y se dirigió hacia allá, no había nadie en el descanso del panteón, ni el cuidador, ni los trabajadores que siempre están allí, regreso y se subió al taxi, nunca supo dónde quedó enterrado su amigo, su compañero de juventud, de andanzas, de conquistas, de trabajo. Bravonel no siente que haya defraudado a su amigo, simplemente siente mucho no haberse despedido de el, no es tampoco justificante la distancia para dejar de frecuentarse cuando media el aprecio como sin lugar a dudas lo hubo de uno hacia el otro, han pasado los años, Carlos Alaníz vive en el país del dólar, Marcos vive en el pueblo ya retirado de los tableros y el amasijo, al igual que Pablo Montero que vive en Guadalajara, la mazorca se desgranó pero dejo bien grabado en sus granos algo que se llama amistad y que no es perecedera tal fue la de Bravonel y el buen amigo Julio Carrillo. © Bravonel 25/agosto/2021