Muchas noches sin dormir nos tuvo el retobado coyote que noches atrás aullaba por los linderos de la loma y las gallinas en el guamúchil cacaraqueaban asustadas, tanto así, que ya ni ponían huevos del susto que traían en las tripas, y las que por valentía se atrevían a hacerlo, cuando mi tía los guisaba, tenían la yema más pálida que mi compadre «Pecas» que nunca se curó ya de la vez que le descargó la escopeta Juancho cuando lo vió trepándose la barda después de ganarle el calor de la cama y de Justina. Los coyotes tienen la maña de bajar del monte y llegar al pie del árbol donde duermen las gallinas y empiezan a dar de vueltas hasta que las marean y caen de azotón, luego cargan con ellas y van y las despluman y se las tragan, ni los huesos dejan los condenados.