Corrían los años setentas cuando Chavo, el hermano de Bravonel se fué a trabajar al Tamarindo, Flavio Ramirez rentó una panadería que estaba a media cuadra de la plazuela por la calle principal del poblado, la casa era de ladrillos y tejado pero el piso era de tierra, el horno de mediano tamaño, seguramente para unas cuarenta hojas, y digo hojas porque todas o casi todas las panaderías empleaban las hojas de las latas de manteca y de polvo para hornear, ya que por esos años eran de uso común en dichas materias primas y salían dos hojas de cada bote y obviamente eran más económicas que comprar charolas, éstas últimas eran utilizadas para acomodar el pan y ponerlo en el mostrador.
Para el jovenzuelo Bravonel era toda una aventura tomar su bicleta los sábados y tomar la carretera y un poco antes de llegar al crucero de Ruiz tomaba un atajo y salía cerca de la gasolinera de Peñas y allí recorría muy poco de carretera para llegar al crucero del Tamarindo y ya continuaba sin peligro alguno por la entrada de terracería hasta la panadería, por lo regular llegaba entre cuatro y cinco de la tarde pues le gustaba ir a sentarse en las bancas de la plazuela y ver pequeños grupos de gente platicando, allí conoció a dos amigos de Flavio a Chabelo, quién muchas veces amenizó tardeadas llenas de música y canciones acompañado por su guitarra y al poco tiempo fué guitarrista del La Tormenta del Tamarindo, uno de los mejores grupos de la región, el otro amigo era Esteban Ruiz, un muchacho que había sufrido un accidente al cargar un carro con costales de frijol y al momento de subir por una tabla con un costal en el hombro perdió el equilibrio y le cayó la carga en la espalda baja ocasionándole una lesión de la columna dejándole problemas de movilidad de ambas piernas pero que gracias al tesón y ganas de trabajar no fué impedimento para salir adelante, en la actualidad tiene un taller con venta de bicicletas en Ruiz por la calle México a media cuadra de donde antes estuvieron los tanques de la antigua PEMEX y ahora hay una pequeña plazuelita que luce como monumento una pequeña locomotora en honor a los ferrocarrileros del pueblo. El Tamarindo tiene hacia el lado poniente un gran arroyo que corre de norte a sur y que desemboca en el río San Pedro y en dónde en una ocasión Bravonel se quedó sumamente impresionado al contemplar en su arenal una enorme víbora tan gruesa como un salchichón y como de tres metros de largo, afortunadamente muerta a machetazos, pero que le hizo pegar tremendo brinco al descubrirla. En dicho poblado le nació el gusto por las películas viejas, de aquellas en blanco y negro que narraban las decepciones amorosas, las noches de cabaret, y que mostraban los viejos barrios de un México oscuro y sombrío de desalmados hombres explotadores de mujeres y descorazonadas damas fumando y mostrando media pierna en una oscura esquina débilmente alumbrada por un lejano farol, mientras a unos pasos en una destartalada tienda una señora vendía caldos a los trasnochados clientes. Allí conoció en ése cine que estaba justo frente a la plazuela, a Agustín Lara, Fernando Fernández, Los Panchos, Los Bribones, Rosa Carmina, Juan Orol, Viruta y Capulina, y muchos más, claro; en películas de ésas que provocaban rechiflas cuando de repente el cine quedaba en tinieblas por los constantes cortes de cinta, y el consabido grito de… ¡Cácaroooo!. Lo más rico era ir al pozole un poco antes de entrar al cine, y luego de dos o más horas de función regresar a la panadería y tomar un vaso de leche con un pan y luego dormir plácidamente en un catre de ixtle, al día siguiente desayunar huevos en torta, frijoles guisados y café con pan y preparar tortas o sandwiches y pasar un buen rato en el arroyo y por la tarde como a las cuatro, Bravonel tomaba su bicicleta y después de despedirse, tomaba la calle de terracería de regreso, luego la carretera Mexico15 hasta Peñas, de allí el atajo y la carretera hacia su pueblo otra vez. Muchas veces hizo ese recorrido el muchacho aquél y siempre encontró cosas nuevas que echar a su morral de recuerdos porque fueron momentos muy placenteros, en un poblado dónde aparentemente nunca pasa nada pero que para un adolescente que ama lo cotidiano, tuvo la magia de la aventura, esa magia que con palabras no se puede explicar pero que queda impresa como una película de aquellas en blanco y negro y que él se encargó de ponerle colores y remasterizarla con los más sonoros sonidos. Muchos años después ya en su juventud, Bravonel tuvo la oportunidad de visitar con bastante frecuencia al pueblito en compañía de su amigo Joaquín El Kiry Martínez que hacía sus pininos enseñándose a manejar en una camioneta Ford 60 propiedad de un señor que vivía justo enfrente de la oficina de telégrafos en Ruiz y que llevaba pan a Coamiles, el nombre del señor; don Trini, que había tenido el oficio de lechero y quesero pero no abubdaré en más detalles porque dicho hombre se merece un capítulo aparte. Gracias pueblito del Tamarindo por haber compartido con un cora parte de tu magia y permitirle tener amigos que son hijos de tu tierra, esa que pisaron unos huaraches de correas… los huaraches del jovencito Bravonel.
© Bravonel 13/dic/2019