LOS OLVIDOS DE BRAVONEL

«Los infantes juegos»

Nadie podría explicar cómo sin más juguetes que la imaginación, los niños se podían divertir por horas, días y años en un predio de treinta metros cuadrados cercado de árboles de cacaguananchi, sangregrados y guámaras, en dónde había una puerta de entrada hecha de recortes irregulares de tablas, un pozo de agua de doce metros de profundidad, un jacal de palmas al fondo, dividido en tres piezas; dormitorio, una especie de ramada enmedio, sin paredes para permitir el paso del aire y la cocina con un gran pretil en dónde había dos hornillas de ladrillo y barro, un metate y un molcajete de piedra volcánica, un molino de mano y un tronco terminado en horqueta trunca donde estaba sentada la tinaja del agua, una mesa de madera y cuatro sillas del mismo material con asientos de palma tejida a forma de comedor.

Entre el cerco y la cocina bajo la sombra de dos paraísos, cuatro árboles de mango y algunos sangregrados colgaban las guías de algunas plantas de estropajos y varias de bules y donde en una silla le tomaron su primera foto a Bravonel completamente desnudo cuando niño, estaba el lavadero de cemento y un charco para recolectar el agua de lavado con la que se regaba el patio, allí jugaban él y sus hermanos y dos de sus primos haciendo figuritas de barro que representaban caballos y sus jinetes que hacían labores del campo mientras cantaban canciones rancheras y bravías de moda en esa época.

Estaban por el frente y lado norte del solar, un largo árbol de aguacate, uno de guayabas grandes como una pera, una frondosa guásima y varias plantas de plátano manzano y dos ciruelos; uno de frutos amarillos y el otro de frutos color grisáceo llamados yoyomas, allí bajo la sombra donde una vez el tío Agustín de visita se puso a fabricar sillas y algunos juguetes de madera de guásima, allí también era lugar para jugar Bravonel y los demás niños cortaban las hojas secas de los plátanos y la majahua que les servía de tapete bajo la fronda del arbolado lugar.

En ése tiempo no existían Santa Claus ni los Reyes Magos, de tal suerte que muchos niños carecían de juguetes y tenían que ingeniárselas para suplir con bastante imaginación la falta tales lujos, aún así con tal privación no hubo impedimento para ser feliz, porque ahora se sabe que la felicidad es un estado de ánimo que nada tiene que ver con lo material, Bravonel, sus hermanos y muchos de sus amigos no lo sabían porque la imaginación llenaba y con mucho esa pequeña inconveniencia.

A muchos años de distancia con los avances de la modernidad nos resulta no creíble que sin una consola, una tablet o un celular, haya sido posible mantener ocupados a los niños, que con círculos y figuras marcadas en el piso y en la tierra se hayan inventado juegos como la rayuela, el avión o bebeleche, el burro, la gallina ciega, los encantados, la roña o «la traes, las escondidas y que con poco recurso, los juegos hayan evolucionado al trompo, balero, canicas, matatena, yoyo, hasta llegar a los más populares como el fut de barrio, con un balón, dos piedras de portería y sin límite de jugadores por bando.

Es noche ya y es hora de dormir, de soñar con aquel solar cercado de guámaras y algunos árboles silvestres en donde la niñez prodigó de años felices a Bravonel, sus hermanos y amigos, bajo la sombra de un guayabo, un aguacate, una guásima, los plátanos y los ciruelos, sin olvidar las guías colgantes de los estropajos y los bules donde lo retrató desnudo aquel fotógrafo ambulante.

© Bravonel 🇲🇽

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