LOS OLVIDOS DE BRAVONEL «Que sube y que baja…»

Vivió en el barrio de Bravonel por la Laureles entre Querétaro y San Luis, un buen hombre de quién nadie supo apellidos y que los viejos todavía recuerdan, era un hombre servicial, muy amable y sencillo, decían que él y su hermana eran auténticos coras aunque nunca nadie pudo precisar de dónde habían llegado a poblar el barrio.

Enfrente de la casa de José Parra, el hombre que hizo famosos los tejuinos en Ruiz, había una casa antigua de ladrillo crudo, techo de tejado a dos aguas y una banqueta alta, a un lado de la casa estaba un tejabán y bajo de él un horno de adobes y enjarre de lodo, allí vivían Juanito el cacahuatero, su hermana doña María que vendía maíz y frijol por medidas, don Rito, esposo de ella y que elaboraba pinole de maíz y fruta de horno (ojos de buey, niño envuelto y cortadillos rojos con mermelada de guayaba), vivía allí también don Camilo, hermano de don Rito, que se dedicaba a la confección de petates tejidos de palma y tejía sillas con el mismo material.
Eran gentes muy trabajadoras y muy respetuosas y por ello eran muy estimadas en el barrio.

Juanito como todos le decían, a mediodía ya tenía tostado el cacahuate y luego lo ponía en una petaca y con papel periódico hacia conos de diferentes tamaños y salía por las calles del pueblo gritando:
-¡Ruido, ruido, calientito el ruido!- Su medida era una vieja lata que tenía el modesto precio de veinte centavos.

Después de recorrer algunas calles se dirigía a las afueras del viejo Cine Sonora que después modernizaría su nombre por Cine Edén, allí enfrente del cine sobre la alta banqueta, entre una carreta de tacos y un señor que vendía agua fresca de cebada, despachaba de su petaca los conos llenos de cacahuates y se retiraba después del intermedio pues las funciones de cine eran de dos películas, así que casi a las nueve de la noche regresaba a su casa con el producto de varias horas de trabajo.

Un día supo que don Pedro Bañuelos, padre de Bravonel tenía toda la armazón de madera para un jacal y la palma para techar y cubrir las paredes y con gusto se ofreció a realizar dicho trabajo.
Una mañana llegó temprano con su aguja de arria y subió presto a pegar las hojas de palma en el techumbre de aquella armazón, conforme pasaban las horas el jacal tomaba forma, Juanito entre canciones y silbidos, felíz realizaba su labor. Juan era soltero y había en el barrio dos que tres jóvenes que por ésos años estaban en edad casadera, Juan entonaba con cierta malicia y encubierta dedicatoria una canción de moda llamada El sube y baja:

«Quiero ser el vaso dónde bebes
y besar tu boca azucarada,
quiero ser chofer de tu automóvil
y agarrar las curvas de bajada,

Que sube y que baja
y que llega hasta el plan.
¿A dónde irán los muertos?
¡Quién sabe a dónde irán!

Y es que desde el techo del jacal había visto acercarse a la damita y cantó con tanto entusiasmo deseoso de hacerse notar que logró su cometido, las condiciones se dieron como por arte de magia en el preciso momento en que se aprestaba para anudar un par de hojas, la dama pasó y él dió el tirón a la aguja y llegaba a la frase «que sube y que baja y que llega hasta el plan», el hilo de palma se rompió y como el tirón llevaba toda la fuerza que imprimía la cancion y la sana intención, Juanito fué a parar «hasta el plan» entre las carcajadas de los caseros y la joven que de antemano sabía del propósito del subliminal mensaje, avergonzado del incidente, Juanito se sacudió la rojiza tierra de su ropa y nuevamente trepó al techo del jacal y continuó con su labor ya sin cantar, sólo silvando, durante mucho tiempo se recordó el desafortunado percance que terminó con una fallida conquista.

© Bravonel 🇲🇽
29/ Sep/2019

*Aguja de arria:
«En México se le dice aguja de arria porque la empleaban los arrieros para coser costales de ixtle».

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