Del libro «Los cuentos de Bravonel» «Era guapa la Cristina»

Manuel tendría los veintitrés años, ella unos diecisiete, eran vecinos y se conocían desde niños, sus hermanos y primos eran muy amigos de él, ella era hija de un agricultor y él de un trabajador del campo también, Manuel al quedar huérfano, se dedicó al oficio de mecánico y los juegos infantiles quedaron atrás para dar paso a otras prioridades, su amistad era pues una de las más sólidas.

Manuel fué siempre muy despreocupado en el aspecto sentimental; una novia aquí, otra por allá, el trabajo, los amigos y la diversión eran su forma de vivír, todas las mañanas el la veía pasar y agitaba su mano diciendo adiós, ella sonreía y contestaba el saludo, en ocasiones el la encontraba por la calle al regreso de trabajar o la veía regando el jardín cuando pasaba por su casa y el saludo no se hacía esperar.

De jóvenes nunca coincidieron en algún baile o festejo y nunca supieron si uno u otro tuvieron algún noviazgo ni les interesó, el tiempo pasaba y cuando se dieron cuenta estaban en la edad de los sueños color de rosa, sin embargo la amistad siguió sin cambio alguno pues él la seguía viendo cómo la niña seria y hasta cierto punto, desconfiada y arisca.

Fué un amigo de Manuel el que provocó que éste abriera los ojos a la realidad cuando ella pasó como de costumbre con una cubeta de nixtamal hacia el molino, Refugio dijo:
-¿Manuel Ya viste bien a Cristina? ¡ Se está poniendo bien bonita y cómo que no le caes tan mal!

-¿Y porque habría de caerle mal, si somos amigos desde chiquillos?- y siguieron con la mirada puesta en la jovencita.
Cristina era delgada y hasta parecía más alta que Manuel, sus ojos negros, pelo corto, negro y ondulado, su sonrisa algo tímida. Esa noche Manuel tardó en dormirse, la imagen de Cristina acudía a su mente y le causaba cierta inquietud, por fín logró conciliar el sueño y la vió venir por la calle, él salió y se recargó en el poste, ella sonreía y en sus ojos había un brillo extraño, su cara se veía radiante un vestido amarillo floreado cubría su bella silueta, al llegar a dónde él aguardaba se detuvo y saludó:

-¡Buenos días Manuel! ¿Cómo estás?
-¡Buenos días Cristina, bien! ¿Y tú? ¿A dónde vas, te acompaño?-
-¡Si, sirve que me ayudas, voy por unos encargos?- caminaron hasta una tienda donde le entregaron dos cajas de zapatos, él tomó las cajas y al hacerlo le tocó las manos, una extraña sensación lo invadió, luego tomaron la calle de regreso y Cristina dijo:

-¡Gracias, hasta luego!- Manuel se ofreció;
-¡Te acompaño a tu casa, para ayudarte! ¡Al fín y al cabo que no hay chamba ahorita!- ella sonrió accediendo y continuaron su camino, al cruzar el parque se sentaron en una banca bajo un almendro, el sol ya estaba alto, ella sonreía, Manuel colocó las cajas en el piso y su mano acarició la suave mejilla de Cristina y la atrajo hacia él sin dejar de mirarla, la besó tiernamente mientras ella correspondía al llamado de la atracción, el traqueteo de un carro de mulas lo trajo a la realidad, eran las siete de la mañana, había que prepararse para ir al trabajo, se quedó unos minutos recostado pensando en ése sueño loco y a la vez agradable, se bañó y se fué a trabajar con el deseo de ver a Cristina regando el jardín, pasó por su casa y no la vió.

Llegó al trabajo pensando en el sueño y las palabras de Refugio; tenía razón su amigo, Cristina se había convertido en una guapa jovencita y él hasta entonces lo notaba, y el sueño… ¿Acaso sería una premonición? ¿Y que tal si lo intentaba? ¡Al fín no hay mujer que resista un galanteo y además el tenía mucha suerte en esos menesteres y no era feo!
Esperó pacientemente recargado en el poste al igual como sucedió el sueño anterior, y a lo lejos vió la espigada silueta de Cristina, su vestido, ¡No podía creerlo! ¡Era el mismo del sueño! Era una señal, ni dudarlo, ella se acercó y él tomó la iniciativa;

-¡Buenos días Cristina!-
-¡Buenos días Manuel!-
-¿Te acompaño?-
-¿Para que…?
-¡Pues para platicar!
-¿De qué?-
-¡De cosas, de ti, de mi!-
-¡No, no… llevo mucha prisa Manuel!- ¡Otro día!- a Manuel se le acabaron los argumentos y riendo un poco turbado entró a su trabajo, Refugio lo esperaba con cierta curiosidad mientras le decía:

-¡Eso mi campeón, te dije que no le eras indiferente, de aquí pa’ delante es pan comido!-
-¡Ja, si supieras que me mandó por un tubo! ¡Calladito me dejó! ¡Mejor vámonos poniendo a chambiar, que ya mero llega el patrón y no hemos hecho nada!- cada uno se dirigió a su lugar de trabajo y Manuel no entendía que había hecho mal, a lo mejor se sintió acosada, o no quiso manchar una buena amistad mezclando sentimientos distintos o tendría novio y no quiso engañarlo.

Manuel se casó y se fué a vivir lejos y Cristina hizo lo propio, después de muchos años se vieron, siguen siendo amigos y felices cada uno en diferentes caminos y diferentes cuidades.

Esto deja de manifiesto que los sueños no son premoniciones de algo que va a pasar, tampoco de lo que no sucederá… ¿O si?… algún poeta y dramaturgo dijo en sus letras:

«Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.»

Los sueños son sólo eso, y ya. No hay vuelta de hoja.

©Joel Bañuelos Martínez
Bravonel 🇲🇽
02/Abr/2020

**Tomado de mi libro «Los cuentos de Bravonel».

PD. En diciembre tomaré un descanso y continuaré publicando en Enero del próximo año, Dios mediante.

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